RE@LID@D@
Acabo de cumplir “cuarenta y veintidós”. Quisiera que leas un
artículo que escribí hace 20 años
(“Profesionales de cuarenta
y poco”, El Cronista, 26ago90).
Fue la última vez que me publicaron en “cartas de lectores”; ya
estaba trabajando en la redacción, pero los directores
(incluido Orlando Barone que sería luego importante en mi vida como
periodista)
todavía no se animaban a reconocerme. Estábamos a comienzos del
menemismo, con la sombra vigente de la dictadura, desengañados por
el pelotudismo radical y todavía muy lejos de las esperanzas
actuales. La nota estaba ilustrada por una caricatura de
Raúl Perrone que sigo utilizando.
12nov10
ecs
El Cronista, domingo 26ago90,
Correo/Humor, Lectores en línea, pag 31.
PROFESIONALES DE CUARENTA Y POCO
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Eduardo
Calvo
Ser "optimista no complaciente" en todo
momento es para mi un objetivo. Significa una actitud constructiva
ante la vida, no importa el tamaño de las dificultades, y al mismo
tiempo no perdonar ni perdonarse una. El "entreguismo pesimista" se
presenta como una alternativa trivialmente tentadora. Paga con la
sensación de sentirse integrado, acompañado.
En la Argentina siempre ha sido fácil decir que el dólar subirá.
Solo ha hecho falta esperar para tener razón. Eso no es ser piola;
los que realmente saben calculan desde y hasta cuándo se mantiene
estancado y redondean ganancias en plata fuerte. El que se queda en
la pesimista se la pierde.
La realidad nacional a los ojos de un universitario que se preparó
para una Argentina que desapareció, o que nunca existió, es dura. La
tendencia depresiva parecería encajar con esta mezcla argentina.
Lo trivial, durante mucho tiempo, ha sido suponer que aquí no
quedaba nada, que el camino era picárselas. Los profesionales de 40,
o algo por el estilo, estamos ahora haciendo balance: ¿tendríamos
que habernos ido?
Agosto es un mes clave; vienen a visitarnos los que están viviendo
en el otro hemisferio y cosecharon como para vacacionar. Se los ve
"radiantes", tratando de justificar lo hecho, nostálgicos,
vergonzosos. Son un espejo en el que nos miramos; generalmente nos
vemos congelados, detenidos, frustrados.
La generación con la que estudié en Ciencias Exactas (UBA) terminó
casi completa en el exterior. Los que quedamos hacemos en general
cualquier otra cosa menos física, matemática o química. Esto se
admite como algo malo, pero no tiene porque ser así.
Alternativamente, unos pocos quedaron atrapados en centros de
investigación y en universidades.
A los que volaron les fue bastante bien profesionalmente, pero sin
grandes éxitos; eso es muchísimo, comparado con lo que hubieran
tenido quedándose. El contacto con un mundo que se mueve (USA
comúnmente) les pagó con inestabilidad emocional, con divorcios y
con pocos hijos; también con dólares y viajes por todo el mundo. En
general están en una especie de diáspora.
Los que se fueron miran el fenómeno argentino aterrados,
comparándolo con lo que es imprescindible que sea óptimo. Los que
quedamos tenemos el desafío de encontrar una
salida; está en juego todo y queda poco tiempo; vale la pena
intentarlo.
Es particularmente difícil para los que quedamos enganchados con la
actividad industrial. Las fábricas están paradas o trabajando muy
lejos de su capacidad. El efecto sobre los profesionales se ve
amplificado: no puede pensarse en desarrollos, mejoramientos de la
productividad y de la calidad, o en diseñar nuevos proyectos; nunca
hubo guita disponible para invertir en inteligencia, pero ahora es
verdad.
El mundo cambio, las distancias se achicaron con el avión y el
teléfono (hasta con ENTEL) permite mantenerse conectado. A pesar de
eso, irse afuera después de los 25 o 30 es pesado, carísimo. Hay
etapas donde se formulan los proyectos de vida y, aunque en la
Argentina se nos pincharon muchos, aquí tenemos estructurada nuestra
mente y nuestros afectos. A los 20 es mucho mas fácil romper y
picárselas; a los 40, aunque uno la juegue de "pendejo en el fondo",
crecieron alrededor ataduras y en el interior marcas.
Estamos jugados, ya perdimos el tren, no queda otra que correr. A
esta altura, para irse hay que hacerlo llevándose realizaciones. Es
tarde para salir a busca con una mano adelante y otra atrás.
Si uno no termina de redondear algo a los cuarenta y pico, ¿cuándo
cornos lo va a hacer? Esta generación aporto los muertos en la
guerra sucia de fines de los 70. El desafío es ahora no aportar los
frustrados del comienzo de los 90.
Antes el país tampoco funcionaba. Era fácil interpretarlo de acuerdo
a "principios" que creíamos indiscutibles. El mundo cambio de golpe
cuando Gorbachov pateó los tableros ideológicos. Nada ocurre de
golpe, pero fue un momento clave. La Argentina "independiente y
autosuficiente", que soñamos a favor o en contra de la JP del 73,
quedó convertida en una curiosidad histórica.
Un gobierno peronista articula su política económica a la liberal y
eso suena oportuno (¿oportunista?).
Brasil, que "inevitablemente a la larga" tenía que chocar con
nosotros, es el socio que conviene, con el que hay que integrarse.
Partidos de izquierda en Perú y Bolivia empujaron al poder a
interlocutores del FM. En Nicaragua los Sandinistas pierden las
elecciones. Fidel Castro, a la vuelta de la historia, suena ridículo
(¿ridículo?).
Encontrar un lugar, un papel, en la Argentina que deberá nacer. Hace
un año todo parecía que reventaba; ahora no queda otra que apostar a
su éxito. Tan evidente como que serán muchos los que se quedarán
afuera, como que los de 40 y pico estamos justo para la liquidación.
O nos adaptamos pronto o la perdemos; no estamos en condiciones de
esperar, tenemos que jugar nuestras cartas ahora. Aunque estamos mal
parados, somos los que deberíamos aportar capacidad.
Se escucha que "hacen falta diez años para arreglar esto". En ese
plazo tendremos más de cincuenta pirulos, justo el momento para que
nos coman los ratones. La única que puede llegar a servir es llegar
antes a los cambios, apostar a algo y pegarla. Habrá que jugar lo
que queda de nuestras expectativas en una inversión de riesgo.
La crisis de los 40. Me la contaron muchas veces. Y algo de eso hay.
La idea es que el medio hostil sirva como desafío, no que lo sumemos
a la tarea de demolición.
Nadie nos va a ofrecer la salida. O la inventamos o terminaremos de
perder. El camino puede ser interesante. No hay que renegar de las
experiencias, hay que afirmarse en ellas pero conectándolas con la
nueva realidad. Averiguar qué quiere decir eso, en términos de cada
uno de nosotros, es la idea. Refugiarse en la "culpa de los otros"
es ridículo en la Argentina 90 y a los cuarenta y poco.
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