EL GRAN ENEMIGO ES EL CARBÓN

EDUARDO CALVO SANS

calvo_sans@yahoo.com.ar

El fin del petróleo puede no salvarnos del cambio climático. La única salida podría ser financiera.

 

Grandes cantidades de carbono, elemento básico de la vida tal como la conocemos, quedaron atrapadas en las profundidades de la Tierra formando parte de los combustibles fósiles. Al quemar carbón, petróleo y gas estamos liberándolo, determinando aumentos en las concentraciones de dióxido de carbono que amenazan el equilibrio térmico del planeta. 

El más peligroso de estos combustibles fósiles podría ser el más descuidado por ahora. La mitad de la energía eléctrica utilizada en Estados Unidos es generada a partir de carbón. Además de aportar a la  “lluvia ácida” –un detalle a esta altura-, el carbón contribuye con grandilocuencia al efecto invernadero y al consiguiente recalentamiento del planeta, porque a igual energía es mayor la cantidad del temible dióxido producido. 

No es una pavada: las centrales a carbón estadounidenses están aportando hoy tanto dióxido de carbono a la atmósfera como todos los autos, camiones, autobuses y aviones de ese país

De acuerdo con recientes afirmaciones de algunos especialistas, las reservas de carbón en el territorio del máximo contaminador planetario (USA) podrían durar varios siglos, brindándoles a los norteamericanos una alternativa para enfrentar la futura carencia de petróleo.  

Esta “formula de éxito” no se repetiría en otros países, pero nadie duda que los chinos quemarán carbón “como locos” desde ahora en adelante y la India hará lo propio. No habrá petróleo que alcance para cubrir las necesidades impulsadas por el modelo occidental de consumo. La India -aunque tiene tasas de crecimiento muy importantes- todavía no arrancó en la veta consumista y China -al menos por ahora - está trágicamente atada al mercado norteamericano. 

Teniendo en cuenta que los riesgos asociados al cambio climático dependen en gran medida de las emisiones contaminantes norteamericanas, podría no tener sentido especular con que el agotamiento del petróleo –o por lo menos su encarecimiento inminente- puedan salvarnos de transformaciones climáticas violentas, no deseables. Arrastrados por su cultura consumistas, un valor con vigencia planetaria, quemarán lo que sea necesario –carbón y hasta peligrosas arenas asfálticas y crudos pesados- para mantener al sistema en funcionamiento. 

Los yanquis seguirían jugando a tener reservas energéticas infinitas, a ser “aire acondicionado dependientes” y a que su economía puede crecer infinitamente. Cuando el petróleo se encarezca, reemplazarán los combustibles líquidos que mueven su cultura consumista por otros parecidos fabricados a partir de carbón o con hidrógeno obtenido también por su intermedio.  

Estados Unidos tendría así una nueva oportunidad de liderazgo, aunque a un costo imposible de pagar: la destrucción de la comunidad planetaria y hasta de la especie humana. Ese comportamiento “suicida” es bien posible, teniendo en cuenta síntomas a la vista.  

A fines de la 2ª Guerra Mundial, recorriendo el camino para la construcción de las bombas atómicas que emplearon para liquidar la amenaza nipona, los norteamericanos desarrollaron la tecnología básica para el reprocesamiento de elementos combustibles quemados en reactores nucleares. Supieron así, ya entonces, cómo obtener plutonio. Pero, posteriormente decidieron no utilizar industrialmente esta tecnología, como si lo están haciendo los franceses, cerrando la posibilidad de convertir a la energía atómica en una fuente alternativa al petróleo. Perdieron la oportunidad de aprovechar los peligrosos residuos nucleares generados por sus centrales atómicas. Es casi tarde para intentar ese camino, no emprendido por subordinación al petróleo y temor a la proliferación nuclear.

En los 70s, de golpe, el petróleo dejó de ser gratis. En 1973, como consecuencia de la guerra de Yon Kippur, los países de la OPEP decidieron disminuir la producción de petróleo alrededor de un 15-20% y el precio del barril llegó a triplicarse en seis meses. La industria automotriz norteamericana pareció entonces adaptarse a la nueva realidad y los modelos se achicaron sensiblemente, en tamaño y consumo. Pero, la sociedad asimiló sólo superficialmente esta lección; con los años, y a pesar de sucesivas nuevas crisis petroleras, la gente volvió a requerir automóviles en número y tamaño crecientes, mientras progresaba un único sistema colectivo de transporte: el aéreo, casualmente gran consumidor de combustible y generador de dióxido en la atmósfera.

Un último ejemplo muestra esta “locura petrolera” norteamericana, peligrosa para sus propios intereses y los nuestros. En estos días está funcionando a pleno la construcción de grandes edificios en plena Miami, cuando acaban de sufrir el impacto -apenas 20 y 30 km al norte- de un par de huracanes y hay serias perspectivas de repetición en los próximos años, probablemente como consecuencia del recalentamiento planetario. La necesidad de un “crecimiento permanente”, mantener los “mecanismos de lavado de dinero” para algunos, parece superar todos los condicionamientos ambientales. 

Pero la racionalidad, en términos “de mercado”, puede llegar por otras vías. Hay condimentos económicos para esta situación. Hoy por hoy, la economía norteamericana es deficitaria, pero lo compensa con un permanente flujo de fondos desde China, los países petroleros y desde las minorías ricas de todo el Tercer Mundo. Los yanquis son más vulnerables a la interrupción de este abastecimiento financiero que al encarecimiento del petróleo

El futuro térmico del planeta, en lo que a los humanos nos interesa, podría ser menos problemático si una crisis financiera paraliza a Estados Unidos y frena el desarrollo explosivo de China. De ahora en más, el encarecimiento del petróleo - al concentrarse los yacimientos en pocos y conflictivos territorios- puede aportar en esa dirección positiva. 

Por supuesto, los yanquis tienen el poder militar para enfrentar a este encierro. Lo harán todavía más a fondo que en la actualidad, pero significará romper con valores supremos del “libre mercado” y de la “libertad individual”. Puede argumentarse que esas son posturas fáciles de renegar: “el liberalismo económico y las libertades individuales son tan frágiles como lo quieran las grandes empresas”. Son, en el fondo, una ilusión, pero si USA reniega de estos pilares de su modelo de vida entonces estaremos ante una nueva civilización

¿Quemaremos (quemarán) todo el carbón posible? ¿No habría que “fabricar” todo el carbón posible usando el dióxido de carbono de la atmósfera y enterrarlo donde nadie lo pueda quemar? 

Mar2006

 

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